martes, 28 de octubre de 2008

Despues del fin, otro cuento.

Otro cuento.
Lo empecè y lo acabè en 5 minutos.
Tal vez no sea bueno.
Pero es corto.

La Luna

Anoche miré al cielo. No encontré a la Luna.

Todo el mundo: Jean Pierre le regaló un pedazo de ella a su novia Collette. Yi-Shuan le regaló otro pedazo a su esposa en su aniversario de bodas. Pablo Vides a Lupe Vega.

La luna es un bonito regalo. Es gratis, y es grande y bonita. Pero cuando la busqué anoche no la encontré porque el mundo se aprovecha del regalo gratis y romántico que se le puede dar a su novia.

Yo estoy triste porque yo no la regalé nunca. A mí me gustaba por su luz tan bonita. Me gustaba por redonda y porque la puedo ver sin lastimarme los ojos como cuando me pasa al intentar ver al sol rojo y malo.

Anoche miré al cielo y a la Luna no encontré.

lunes, 27 de octubre de 2008

Por fin al Fin.

Aquì està el cuento que les prometì.
Talvez se decepcionen.
Està largo.

El mago.
Allá por no sé donde, en el norte del país, en ese lugar árido donde la tierra es difícil de trabajar, había un pequeño pueblo, alejado de esas nuevas cosas llamadas con nombres extraños y que parecían ser traídas del mismo Infierno, quienes algunas personas ajenas a la región les llamaban televisores, electricidad o también el nombre más raro de todos: el automóvil.
Un pequeño pueblo donde la lámpara de gas se consideraba un invento extraordinario, un pueblo tan pequeño que cualquier noticia fuera de lo común era recibida para comentarla al menos por un año. Un pueblo tan pequeño donde si se cometía algún crimen, por tan pequeño que fuera, era pagado cruelmente, ya que a los viejos del pueblo se les permitía apedrear al perpetrador hasta la muerte.
El viejo más viejo del pueblo, Artimidoro Iluminado, fue el creador de esta ley, la única ley que existía en el pueblo y la única que se necesitaba para vivir en una paz relativamente ejemplar.
Artimidoro Iluminado, de quien no se sabía ni donde nació, ni cuándo llegó al pueblo, afirmaba que nació con el pueblo, que el pueblo era él mismo y que el pueblo moriría cuando Artimidoro Iluminado muriera. Cualquiera que haya sido su historia, lo importante es que tenía a los pobladores en un miedo constante, con el temor de provocar el enojo y la furia de éste, y que con su salud tan delicada, pudieran tener culpa en su muerte y en la destrucción de San Benito de la Parra.
Así se mantuvo el pueblo durante muchos años, y Artimidoro Iluminado seguía igual de viejo, hasta que una noche insólitamente lluviosa, un enorme personaje, llegó a la fonda del pueblo, se sentó y empezó a comer de un plato que el mismo traía escondido.
A primera vista, uno hubiera dicho que era una bestia, pero al verlo detalladamente se podían describir sus características:
Llevaba encima una gabardina negra con mil y un bolsillos esparcidos, de donde sacó el plato que se venía comiendo en la fonda. Llevaba también un gran sombrero a juego con el chaquetón. Lo raro del sombrero es que tenía la particularidad de hacer ver a su dueño como un feísimo pájaro gigante.
El grandote seguía comiendo de su plato y cuando terminó, se levantó de golpe, y el dueño de la fonda, don Jorge, y los que estaban ahí en el momento de su llegada se asustaron, hasta doña Leticia, a quien la reconocían como la mujer más callada y más prudente del pueblo, pegó un grito horrible.
Al levantarse, el hombretón cambió totalmente de estilo, al quitarse su sombrero y su gabardina y demostró lo que en realidad era. Un mago.
No un mago como los que se pueden imaginar, con capas y varitas y chispas y eso, sino un mago de los de antes, de los que llegaban y vendían chispitas y joyas falsas, y sorprendían a la gente con trucos de cartas simples.
A estas horas de la noche, Artimidoro Iluminado se encontraba incómodamente dormido, ya que en sus sueños presentía la llegada de alguien sin intenciones al pueblo. Y como ya habíamos dicho que Artimidoro Iluminado decía que era uno con el pueblo, más tarde se demostrará que era real, ya que la llegada del mago provocaría la muerte de Artimidoro Iluminado y la destrucción del pueblo.
Presentóse el hombre como un vendedor ambulante y un mago al mismo tiempo, con joyas traídas desde lejanos países. Petro Marón juró haber oído al mago decir unas palabras extrañas, como Persia, Egipto y otros lugares. Petro Marón era conocido como el más grande mentiroso del pueblo. Lo increíble era que la gente le creía todo, no importaba qué tan estúpida fuera la mentira. El único que sabía cuándo mentía y cuándo no era Artimidoro Iluminado.
Tenía una habilidad para saber todo lo que pasaba en el pueblo, por lo mismo de su unión con San Benito de la Parra; perfecta, torcida y totalmente sincronizada. De ésta manera sabía cuando Petro Marrón mentía. Y ésta “mentira” le costó caro: fue la penúltima que hizo en su vida. Su última mentira fue cuando lo iban a apedrear. Dijo que no tenía miedo.
Pasaron varias semanas para que el mago fuera entendiendo lo que era la vida en San Benito de la Parra, y en poco tiempo supo de Artimidoro Iluminado, y en poco tiempo Artimidoro Iluminado supo de el mago.
Artimidoro Iluminado se hizo de sus mañas para meterle a los pueblerinos la idea de que la presencia del mago lo hacía sentirse mal de salud. Con esto, los benitenses comenzaron a dar señales al mago de que no lo querían ahí.
El mago sabía de la situación desde antes y tan pronto como pudo, habló con Artimidoro Iluminado, una noche insólitamente lluviosa como en la que llegó al pueblo, una noche incómoda como la que tuvo Artimidoro Iluminado a la llegada de el mago.
El viejo más viejo de San Benito de la Parra presintió la llegada del mago a su casita y en el momento en que se levantó el mago ya estaba al pie de la puerta de su cuarto.
Pero éste ya no era el mismo mago.
Se veía muy pequeño, casi de la misma altura de Artimidoro Iluminado. Tenía un aire solemne, casi tétrico. En su tiempo de estar vendiendo cosas y sorprendiendo pobladores se veía fuerte y de gran complexión, como lo demostraba su altura. Ahora se veía viejo, más viejo aún que Artimidoro Iluminado, y al punto, éste lo reconoció.
-¿Ya se cumplieron los trescientos años?
-Trescientos treinta y tres.
-Se me olvidó. Pensaba que al Diablo también se le olvidaría.
Artimidoro Iluminado dejó de existir. San Benito de la Parra dejó de existir.
Esa torrencial lluvia se convirtió en un diluvio que inundó al pueblo con todo y sus habitantes, dejando como único vestigio de lo que alguna vez existió, una simple carta rey de corazones del mago.

viernes, 24 de octubre de 2008

180º

Las personas nunca dejan de sorprenderme.

Desde una japonesa que despuès de su divorcio virtual en un juego
online matò a su ex esposo en el juego.
Hasta personas que conozco que cambian radicalmente de actitud
en cualquier aspecto en el que eran malos o mediocres.

En estos casos yo me quedo totalmente sin palabras. Es como ver
una pintura que trata de expresarte dos conceptos diferentes.
Siempre te vas a quedar con la duda sobre què es lo que el pintor
quiere expresar.

5, 3...

PS: (le falta la mitad al cuento)