-¡Me retiro a mi cuarto! Yo ya estoy viejo para
estas andanzas...- Entre riéndose y no, se fue.
Cinco o seis palomas bien cargadas ya le hacían
efecto rápidamente. El camino de la sala al cuarto se
le hizo eterno.
Veía los marcos de las puertas por donde pasaba como
bocas enormes de monstruos que lo tragaban hacia
la oscuridad de su cuarto.
-¡Quién me viera! En mis épocas de oro qué chingaos
me iba yo a ir a dormir con seis palomas. Pero bueno,
los años pesan, y 97 años no son tan poquitos.