martes, 18 de enero de 2011

Huesudo.

La vida como un esqueleto no le sentaba nada bien. Asustaba, eso era obvio (hasta le daba miedo verse a sí mismo en el espejo: todo blanco, todo flaco). Nada lo llenaba ni lo hacía sentir mejor. El Sol no lo quemaba, la Luna no lo ponía melancólico (ya estaba lo suficientemente deprimido), el viento no lo acariciaba, la comida no lo satisfacía. Era claro que esta vida no era para él.

Caminar por la calle era un lujo que sólo se podía permitir en las noches. Se dio cuenta (después de algún tiempo de analizar el aburrido comportamiento de la gente) que a las 4:37 de la madrugada era la hora perfecta para caminar y no ser asaltado por gritos de miedo, algunas referencias obvias a la "parca" (lo odiaba) y sobre todo la sonora amenaza de las madres a sus hijos de que "¿Ya ves? El coco ya vino por ti".

Lo más triste de toda su existencia era tener que soportar ese frío vacío en su pecho. Sus costillas no abrazaban ningún músculo ni tejido. No había detrás de toda esa masa ósea un indicio de que el corazón debería estar allí. Él lo hubiera atesorado. Si lo único que le envidiaba verdaderamente a los humanos era su habilidad para poder entregarse a alguien más. A veces ni lo aprovechan. Se decía a sí mismo que no era posible tener un corazón y no utilizarlo. Veía a las mujeres con dudas sobre la fidelidad de sus maridos. Veía hombres con la cabeza en una botella de cognac en vez de tenerla pensando en su mujer. Veía jóvenes despidiéndose de mal humor de sus familias todas las mañanas, con la firme decisión (marcada en sus rostros llenos de acné) de no volver más al cumplir la mayoría de edad.

Y cada mañana (cuando él intentaba dormir y los demás intentaban despertar) le rezaba a Dios por algo que cubriera ese enorme espacio donde debería estar el corazón.

lunes, 17 de enero de 2011

Lo hueco.

La verdad es que no estoy listo para muchas cosas. Cosas que realmente acentúan mi nivel de inmadurez (el cual no es muy alto, creo yo). Le temo al compromiso. Le temo a todo lo que conlleve un fracaso. Amoroso, por ejemplo: El enojo y las ganas enormes que te aguantas para decirle 'puta', el enamoramiento obsesivo que viene después. Finalmente, la dolorosa tristeza después de sentir el puñetazo de la realidad cuando menos te la esperas.

No estoy preparado para afrontar el hecho tan sencillo y final que es pensar en que no tienes a tu otra mitad. Y me siento ridículo al aplicar esa expresión, pero al decirla (o pensarla) me tiemblan las piernas, mi vista se nubla de gris y tengo ganas de esconderme en el bote de basura que esté más cercano para ya no salir de allí.

Piensas en la mayoría de las posibilidades que tienes con ella para elegir la peor. Esa posibilidad que te hará perderla, la que te hará odiarla, la que te hará tener unas ganas enormes de decirle 'puta', la que te hará enamorarte más y peor y la que te hará sentir que no estás listo para nada, mucho menos para ella.

Porque la mente es algo tan frágil que uno se sorprendería. Una palabra basta para hacer que nuestras manos exhiban movimientos dignos de un enfermo de Parkinson. Una palabra basta para que el corazón de un salto como un perro feliz por ver a su amado dueño de vuelta. Basta una palabra para que nuestra mente haga añicos a la razón y que pensemos lo fatal. Lo final. El horror.

Es impotencia. Se siente uno débil ante la sofocante realidad. Porque cuando uno sea viejo y deshechable, esa 'otra mitad' es tan indispensable como el oxígeno mismo.

jueves, 13 de enero de 2011

flash de lucidez (lo que puede un sastre).

En su vida, todo hombre se considerará un monstruo tan sólo una vez.

Este pensamiento le rondará la cabeza por algunos meses o hasta años.


(una simple sombra nos puede hacer recordar nuestras peores pesadi-
llas y temores)



Lo que haga partiendo de esa torcida idea será lo que defina si su vida
tendrá éxito o se transformará en un rotundo y triste fracaso.


Su familia está maldita desde el reconocimiento de los defectos de su padre.

El hijo evita caer en los mismos problemas que su progenitor y por ende
descuida otros aspectos de su torpe vida.

En un futuro, el hijo de éste detectará esos no-tan-nuevos errores y los
evitará, cayendo (naturalmente) en los defectos de su abuelo.

martes, 11 de enero de 2011

concéntrate.

Le costaba un rato concentrarse. La radio raspaba sus oídos. El televisor cansaba sus ojos. Sus labios ardían contra los suyos. Pensaba en fuego, en agua, aire y de nuevo en fuego. ¿Cuál era el otro elemento? ¿Tierra? ¿Metal? ...¡Concéntrate imbécil! Ella está ahí. Frente a tu boca. Con sus ojos cerrados. Sus bellos ojos cansados... Quería verlos parpadear. Brillaban aún sin el reflejo de la luz.

No había mucha iluminación en el cuarto. Debía cambiar la bombilla de la lámpara. Oyó que algo se cayó de la mesa. Concéntrate. Algo se sentía fuera de lugar. ¿Acaso era él? ¿Ella? La bombilla debía ser. Bueno, eso no impidió oír su grito sobre todos los demás sonidos del cuarto: la radio, el televisor y su despistada mente.

-¡Concéntrate!