miércoles, 8 de marzo de 2017

El pozo

“No han dicho nada en las noticias Jesús… Por aquí andan diciendo que no pasa de esta semana. Por si sí o por si no, vete por Morelos, así te evitas un tráfico fatal. Está de locos por acá.”

Justo en medio de la calle, una veintena de signos naranjas asaltan los ojos de los pilotos. Precaución, modere su velocidad, obreros trabajando, máxima de treinta kilómetros. “¿Y qué carajos están haciendo?” Pensaba ella. Correcciones usuales al pavimento, probablemente. Algún tipo de desagüe para la época de lluvias. ¿Cableado? Pero ¿en medio de la calle?

“Es un pozo, Jesús. Un pozo enorme y hay gente bajando por ahí con linternas en sus cascos como si fuera una mina.”

Casi como si esperaran su turno, los hombres con cascos iban haciendo fila para descender a esa boca negra en medio de la avenida. Ella veía todo desde el café de la placita que estaba frente al desperfecto. Era su tercera taza de americano. Se le fue olvidando qué tenía que hacer después del café. ¿Se había juntado con alguien ahí? “¿Llegué sola?”.
Dudó.

La fila seguía haciéndose más y más larga conforme las tasas de café americano iban llegando a su mesa. “¿Por qué no salen del pozo?”. Vio a una chica cerca de su mesa que se levantaba limpiamente y que se dirigió al hoyo, formándose detrás de los demás. Su mirada blanca sin expresión alguna.

La línea humana conformaba más tráfico que los autos mismos. Se iban acabando los hombres de casco y linterna. Pudo ver personas que dejaban sus autos para irse igual que los demás. Blancos, sin emoción alguna. Todos a la fila. A paso lentísimo, uno por uno iban bajando al abismo.

Se imaginaba cómo volaría y vería el hoyo de frente, hocico de animal. Un espejo de sus pupilas, diminutas imitaciones del lobo, quien se la iba tragando. “¿Jesús?...”

El pozo la fue atrayendo. Ya no había nadie en el café. Séptima taza de americano.


“Jesús, pues yo también voy.”

escrito sin terminar

Se observa en la mirada. Es clara la diferencia entre una persona que verdaderamente está pensando a otra que no.

La mirada viendo hacia el vacío, como que no queriendo la cosa, ignorante, esquiva: esa es la mirada de una persona que no está viviendo. Se ríen de lo que sea, pero sus ojos son ajenos a esa fugaz felicidad. Evitan el compromiso, y sobre todo, evitan conocerse y saber de dónde flaquean para poder mejorar. La mirada es lo único que necesito para darme cuenta de quién es quién. En cuestión de segundos saltan a mis ojos esos seres cuasi-pensantes y no requiero de una segunda ojeada, ni de platicar con ellos (Dios me libre). Simplemente una miradita y listo.


Están los que piensan. Mirada preocupada, a veces viendo al suelo donde van a pisar, a veces con los ojos moviéndose rápidamente entre las personas. Analizan, observan. La vista nunca está quieta. Parecen impacientes, 

Padrecito

“En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo… Diga sus pecados.” Cuasi-mecánicamente, así logro sobrellevar las confesiones. Así doy la bienvenida a cada hijito e hijita de Dios que llega a contarme que se peleó con el cónyuge, que anduvo de víbora en un desayuno con las amigas, que levantó falsos “…pero nada grave Padre, nada grave”. Alguno que otro jovenzuelo precoz con el acento omitido y gallos en cada palabra que sueltan con mucha pena… Prefiero no mencionar esos pecaditos de impureza. Y los niños, ay, los niños con sus ocurrencias. Le pido al Padre que les dure mucho la inocencia y que sigan viendo la vida con esos ojos brillantes y puros. 

“Diga sus pecados…”


Y así la llevo, y voy rezando el Rosario para no caerme dormido a veces. Me suelo confesar de la poca atención que le presto al confesionario. El calor, el cuartito oscuro, sin aire, la sotana, los pantalones, la camisa, las voces serias, tristes, calladas. Todo el mundo conspira para que a la media hora yo esté moviendo el pulgar sin darme cuenta que el Rosario cayó de mi mano.