viernes, 9 de enero de 2009

Dolor

Silencio en la cocina.

Recordó ese momento cuando cayó de la montura, el hospital. Silencio. Se sirvió una taza de café. Los doctores le dijeron que no podría montar más. Silencio.

Solo se oyó el leve tintineo de la cuchara al remover el café y la leche y el azúcar.

Silencio. Tomó un poco de los contenidos de la taza. Miró su pierna deshecha por la caída y el peso del animal. Recordó el insufrible dolor que sintió. Odió con todas sus fuerzas al maldito animal y odió con todas sus fuerzas a los doctores. Y más que nada, se odiaba a si mismo, por su vejez, por su estupidez.

Silencio.

Eran las seis de la mañana. Tomo un autobús con rumbo a su rancho. Al llegar lo vio tan feo y olvidado que se preguntó a si mismo si aquél era su rancho. Vio a su caballo pastando en el claro que había detrás de la casa. Lo ensilló.

De nuevo. Hospital. Dolor. Insufrible y maldito dolor.

-Si serás imbécil.- Se dijo.

Silencio.

1 comentario:

Fernando Cantú dijo...

:P
Está con madre.
El diálogo al final me recordó como termina "El coronel no tiene quién le escriba" de García Márquez.