miércoles, 8 de marzo de 2017

Padrecito

“En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo… Diga sus pecados.” Cuasi-mecánicamente, así logro sobrellevar las confesiones. Así doy la bienvenida a cada hijito e hijita de Dios que llega a contarme que se peleó con el cónyuge, que anduvo de víbora en un desayuno con las amigas, que levantó falsos “…pero nada grave Padre, nada grave”. Alguno que otro jovenzuelo precoz con el acento omitido y gallos en cada palabra que sueltan con mucha pena… Prefiero no mencionar esos pecaditos de impureza. Y los niños, ay, los niños con sus ocurrencias. Le pido al Padre que les dure mucho la inocencia y que sigan viendo la vida con esos ojos brillantes y puros. 

“Diga sus pecados…”


Y así la llevo, y voy rezando el Rosario para no caerme dormido a veces. Me suelo confesar de la poca atención que le presto al confesionario. El calor, el cuartito oscuro, sin aire, la sotana, los pantalones, la camisa, las voces serias, tristes, calladas. Todo el mundo conspira para que a la media hora yo esté moviendo el pulgar sin darme cuenta que el Rosario cayó de mi mano.

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